Del saber-gozar.*
"Mejor que renuncie
Quien no pueda unir
Su horizonte a la subjetividad
De la época"
Jacques Lacan.
Lejos nos encontramos, quienes seguimos la enseñanza lacaniana, de idealizar a un sujeto y elevarlo al estatuto de bondad natural al modo de Rousseau. Lejos nos encontramos, incluso, de reconocer algo “natural” en el sujeto. También tomamos distancia ante la patologizacion que el paradigma Cognitivo Conductual, con su ideal de intransigencia normativa, utiliza para categorizar a los sujetos. Desde Lacan nos posicionamos de tal manera que pensamos en el otro a partir de la relación que él establece con el Otro, de la forma en que se sitúa, subjetivamente, con la Ley y el Goce, estableciendo a través de esa relación un discurso. Precisamente porque es sujeto, sujeto de la Ley, del significante - dividido por el efecto de las prohibiciones simbólicas y sus aspiraciones pulsionales que van creando fantasmas, productos imaginarios que taponan lo Real insoportable tanto del entorno que lo rodea como de sí mismo, entendiendo lo más Real del sujeto como el Goce[1].
Sin embargo, la manera en que los sujetos son introducidos en el plano simbólico donde ubicamos el lugar de la Ley[2] no siempre los constituye de tal forma que reconozcan esta interdicción que los regula y los instaure como deseantes (porque quedarse en el deseo, sostenerse en el deseo propio es conservarse en el plano de lo deseante, mientras que el Goce no está en el desear, sino obviamente en el gozar; en ese plano el deseo ha quedado atrás). Algunas veces, la forma en que se estructura nuestra relación con cierto saber, lejos de llevarnos a conformar una neurosis que establezca defensas frente a un Goce -ya sea porque le horroriza precisamente gracias al gusto que en él provoca (neurosis obsesiva) o porque le ha resultado desagradable (histeria) en algún punto de su historia subjetiva- nos va posicionando frente a él como un filósofo que desmiente la interdicción que la Ley impone.
Es el caso del perverso, para quien el fantasma no llega a consolarle frente a la castración (como sería en el caso de la neurosis), para él el fantasma es la guía[3], es el mapa donde se posicionan las coordenadas que le permitirán seguir el camino a un Goce del cual se cree un experto, un sabelotodo, el poseedor de un sabergozar mediante el cual niega la falta, la castración. Para él el fantasma debe ser escenificado y en esa voluntad de Goce invita a los otros a participar proclamándose como un portador de un saber al cual el prójimo, temeroso de cumplir sus propios deseos, solo puede acceder mediante la experiencia, misma que le brindará las ideas, esa revelación que supuestamente se esconde en el acceso al goce. O sea que, el perverso es un filósofo, sí… y empirista.[4]
Para el perverso la experiencia de este goce desmentirá la prohibición anterior “vez, no ha sido nada malo, ¡Goza! te lo has estado perdiendo todo este tiempo”. No obstante él no está fuera de la Ley, él toma en cuenta la Ley… y mucho. Busca re-negar de esa preparación previa que le da fuerza a esa orden, le reconoce en un “ya lo sé pero aun así…”, para desmentirla, jugar con ella de manera que sea el eje, el obvio punto de referencia de la transgresión, porque sin Ley no habría qué transgredir. Es este un punto en apariencia contradictorio en tanto la definición de Freud de lo cultural residía esencial y básicamente en la renuncia a lo pulsional[5]. Lacan nos dirá que la estructura perversa es producto de lo cultural[6], es una relación con el símbolo, parte de él y busca rechazar su limitación estructural en tanto no puede abarcar lo Real que es el Goce, ya que este siempre es un resto donde la operación de nuestro discurso no puede llegar; es inefable. La re-negación entonces se da a dos niveles: el primero que reniega de la prohibición que nos dejaría como deseantes y el segundo que desmiente la falta en el Otro, es decir, la falta inherente al discurso cuando de abarcar al Goce se trata. De esa forma la perversión pensada desde lo cultural es el recordatorio de ese resto que es la sustancia gozante, de lo escurridizo que es ya que siempre encontrará causes novedosos, es la consecuencia de nuestra inserción en la cultura: nuestro cuerpo, base de nuestra erótica, en su cruce con el significante, es pulsionado; lo que en un inicio solo es necesidad pasa a ser deseo y demanda.
Hay algo de perverso en los modernos manuales del amor, en esos best seller titulados “Sex Code”[7] que pretenden instruir a esos hombrecillos que en su fantasma creen poder descifrar el Goce femenino. De ese lado se ubican también los discursos que tratan de definir las maneras de gozar de hombres y mujeres mediante exposiciones escolásticas que sitúan el núcleo del ser sexuado en la anatomía cerebral (que los hombres en este hemisferio y que las mujeres en aquel). Intentos vanos de una ilusión que pretende capturar eso que no puede ser atrapado, porque es escurridizo, porque rompe todo sentido, porque es Real, no realidad.
En tanto Real el Goce es desconcertante, ahí reside el enigma, esa falta de sentido que enloquece y empuja a producir ese culto que pretende (solo puede pretender) restáurale un sentido que nunca tuvo. Los dioses son una revelación de lo Real[8] decía Lacan, de eso Real que golpea nuestra frágil alma en su sostenimiento, en esos registros mediante los cuales le damos un poco de estabilidad a nuestro mundo: los registros de lo Imaginario y lo Simbólico; este último es rasgado inevitablemente por lo Real y es ahí donde se da el nódulo, el clímax donde desde lo imaginario se produce el fantasma del sabergozar con el que se identifica el perverso asumiéndose como el instrumento que puede hacer sonrojar al otro, hacerle gemir, orillarle a llorar, enchinarle la piel o hacerlo sangrar sin abandonar nunca la hipótesis de que en esas manifestaciones se juega una verdad: “aquí todos venimos a gozar”. La puesta en escena de una auténtica pornografía del sufrimiento[9].
Por su parte el Psicoanálisis es un ejercicio del pensamiento que apunta a diluir la ilusión[10] del saber gozar, o sea, reivindicar la falta en el sujeto. El deseo del analista es un deseo que se aleja del deseo del bien al otro, ya que esta noción de bien se camufla en los fantasmas más exóticos que abanderan todo tipo de aspiraciones que hacen a nuestra existencia un camino lleno de tropiezos con el goce. Lacan decía “…designar nuestro deseo como un no-deseo de curar. El único sentido que tiene esta expresión es el de alertarlos contra las vías vulgares del bien, que se nos ofrecen con su inclinación a la facilidad; contra la trampa benéfica de querer-el-bien-del-sujeto.”[11]
*Norberto Soto Sánchez.
[1] Véase este concepto en nuestro escrito anterior titulado “La verdad, la pulsión y el amor”.
[2] Thomas Hobbes en su obra Leviathan define una ley como una orden que se le da a un sujeto que a su vez se encuentra previamente preparado para obedecerla. Este “previamente”, a nuestro parecer, señala un aspecto de la historia subjetiva de cada uno de nosotros. Para revisar este dato remítase a Hobbes, T. (2008) Leviatan o la materia forma y poder de una república eclesiástica y civil. Fondo de Cultura Económica. México.
[3] Braunstein, N. (2006). Goce, un concepto lacaniano. Siglo XXI. México
[4] Tal como propone Hume que el origen de las ideas solo puede venir de las impresiones y a su vez estas de la experiencia. Véase Hume, D. (2005). Tratado de la naturaleza humana. Porrúa. México.
[5] Freud, S. (2008). El malestar en la cultura. Obras completas Vol. XXI. Amorrortu Editores. Argentina.
Y Freud, S. (2008). Moisés y la religión monoteísta. Obras completas Vol. XXIII. Amorrortu Editores. Argentina
[6] Lacan, J. (2011). Seminario 8. La transferencia. Editorial Paidós. Argentina.
[7] Luna, M. (2007). Sex Code. El manual práctico de los maestros de la seducción. Ediciones Nowtilus. Madrid
[8] Lacan, J. (2011). Seminario 8. La transferencia. Editorial Paidós. Argentina.
[9] Braunstein, N. (2012). La memoria del uno y la memoria del Otro. Siglo XXI. México.
[10]Lacan, J. (2009). El seminario 7. La ética del Psicoanálisis. Paidós. Argentina.
[11] Op. Cit. Pág: 264.
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