martes, 5 de febrero de 2013

Hiperactividad: un llamado hacia la ley.



Hiperactividad: un llamado hacia la ley.                                                      

Jorge Andrés Landeros Hernández*

“La memoria propia del inconsciente no es una memoria biológica, sólo es pensable como una memoria propiamente simbólica”[1]

La infancia es algo fundamental en la vida anímica del sujeto, es donde él se construye y se limita hacer humanizado donde sus síntomas y sus angustias lo llevan a encubrir su propia forma de aceptar la ley; de pedir un auxilio hacia al padre simbólico, a partir de los limites que se le imponen sobre él. El niño así llamado “niño hiperactivo” saca un beneficio de esa llamada enfermedad curricular de las escuelas, dado que el infante muestra sus modos de suplencias en búsqueda de un beneficio, como podría formularse, busca el beneficio de la ley; sacarle el provecho a la ley para poder cumplir su pulsión. Si bien saca provecho de la ley, pero no la acepta, la rechaza y en su afán de rechazarla le produce una satisfacción de placer dentro de sí mismo para luego convertirse en goce, mismo que se ve encarnado en el cuerpo del niño. El infante no sabe qué hacer con ese goce -digamos así con esa molestia simbólica-, y es por eso que en el juego lo demuestra, pues éste viene a ser una forma de escapar de esa molestia sintomática producida por los padres. Los padres como formadores del infante forjan esa molestia, pues el niño es síntoma de los padres; lo que pase en los padres se reflejará en el infante, y es por esto que la diferencia de un niño a un adulto no es su madurez -como dirían algunos teóricos del desarrollo-, sino en la forma en cómo se las arreglan éstos con su propio goce; de eso que cada día escapa sin presidio alguno. 

Pero, ¿cuál sería la relación del síntoma del niño en cuanto a la ley paterna? Para poder contestar esta pregunta explicaré la construcción del síntoma del niño a partir de un primer momento: la madre como forjadora de la dimensión imaginaria y la dimensión de amor que ésta instala en el niño. En una clase impartida por el Dr. Carlos Varela Nájera mencionó que:”El deseo se inscribe a partir de lo imaginario, imaginario que luego viene a convertirse en amor, donde toda demanda es demanda de amor y cuando aterriza en las parejas se convierte en erotomanía”[2] Esto explica que el niño queda fagocitado por el deseo de la madre a partir de la instalación de la demanda imaginaria como si fuera un juego simbólico entre el niño y la madre, y entre éstos dos se encontraría el falo que lo llevaría a un triada sobre la cual se sustenta lo imaginario. Este juego es llamado fort da, en el cual el niño hace propicia de un “¡dameeeee!” como forma de llanto sin cesar que lo lleva a un vacío infinito de demanda simbólica, y misma a la que la madre entra convirtiéndolo en falo de poder. Vemos, pues, que el niño y la madre son uno solo; el niño como parte del seno materno y la madre como fundadora y portadora del falo. A partir del don de amor de la madre el niño instala un contexto de lenguaje materno, el niño en ese momento pasa de un pedazo de carne a un sujeto pulsional demandante, y pensamos en la madre como omnipotente en su más promiscua forma de entrega dirigida al niño. 

Lo anterior, pareciera una paradoja edípica en todo momento. Por ejemplo, en algunas mujeres que buscan el amor eterno pasa la misma lógica de someter al Otro a su propio mandato de amor, y una vez que la mujer se apodera del falo se convierte en una mujer que opera desde el deseo de la madre en función de usar este mismo como benefactor para sí misma. Lo anterior convierte al infante en forma de uso fálico, en él se encarna la forma liberadora del deseo de la madre, y a esto se le podría llamar hiperactividad. Es como si el niño estuviera buscando una salida mediante su cuerpo, lo vive en carne propia sin poder tener suplencias únicas de su estructura, ya que la estructura podría aparecer hasta que la ley se manifieste como forma de veladora del sujeto, sólo así el niño podrá tener ciertos síntomas, fobias y angustias que lo dirijan hacia la función de su propio deseo, así como la inscripción del “no-todo te está permitido” encarnando en el mismo infante; y el padre, entonces, aparece como representante de la ley. El padre no prohíbe, sino dirige el deseo hacia ley, misma que nos gobierna a todos los sujetos, aunque ésta se le niegue o se le trate de engañar siempre vuelve. 

Algunas teorías psicologistas, en un supuesto simplismo de hacer negar el cuerpo sin ley como si fuera un cuerpo sin cadenas ni costos, se centran en el humano y no en el sujeto. El humano no existe en tanto que éste siempre está en falta y no llega a llenarse, sino que vive con su hueco; sujeto no es igual al humano, el humanismo llegaría a ser como la noción cumplidora de todo capricho existencial de llegar a un punto de satisfacción pura. Es por eso que se trabaja en psicoanálisis el concepto de sujeto que nada tiene que ver con objetividad o subjetividad aplastante, sino que el sujeto encarna la ley dirigente del deseo. 

Es la palabra mediante la cual nos humanizamos, misma que aparece junto con el Nombre del padre:”El momento en que el deseo se humaniza es también el momento en que el niño nace al lenguaje”[3]… Lenguaje no biológico sino simbólico, es decir no solamente pensamos con un organismo cerebral, sino con la palabra y el cerebro. Es éste último el que produce sustancias químicas a partir de reacciones de respuesta de los neurotransmisores, y dichas sustancias son inexactas al modo de responder. 

Entonces, mi noción de pensamiento sería como una función psicosomática entre la neurona y los diferentes niveles de sinapsis que se encuentran en la red neuronal. Pensamiento no orgánico como tal, sino interno a nivel inconsciente tanto que el mensaje de la palabra siempre es invertido, extraviado y estrellado en la neurona que se encontraría somatizada, para después resultar una huella mnémica, como si fuera un ciclo que se devuelve sin detención alguna. Cerebro y el lenguaje son tan erróneos como la palabra insuficiente. 

Sobre el pensamiento y la función que hace la medicación que impone el médico psiquiatra en el niño hiperactivo, serviría como un encadenamiento del pensamiento del niño que daría por resultado un pensamiento distorsionado; no la curación misma de la hiperactividad sino entumecer el organismo cerebral para que la palabra misma llegue sin destino alguno. Es por eso que a largo plazo los daños cerebrales en el niño medicado nunca ejercen la función primordial del entorno social y, por tanto, éste nunca llega a tener impacto en el niño. 

La pregunta esencial en esto sería si los medicamentos como Ritalín, Concerta, Methlyn y Metadate -vendidas en Estados Unidos como forma de sanación- pudieran regular la hiperactividad como estimulante del sistema nervioso central, así como muchos psiquiatras y médicos abordan también que la serotonina sería la causa del comportamiento y agresión en el sujeto como un problema de desorden químico o en otro caso la medicación del antidepresivo prozac. Ante esto Antonio Damasio contestaría: 

”El popular antidepresivo prozac, que actúa bloqueando la reabsorción de serotonina y probablemente aumentando su disponibilidad, ha recibido amplia atención en la prensa popular, ha aparecido la idea de que los niveles bajos de serotonina pudieran estar correlacionados con una tendencia a la violencia. El problema es que no es la ausencia o el bajo nivel de serotonina per se lo que <<causa<< una determinada manifestación. La serotonina es parte de un mecanismo extremadamente complicado que opera al nivel de moléculas, sinapsis, circuitos locales y sistemas, y en el que los factores socioculturales, pasados y presentes, también intervienen en forma poderosa. Una explicación satisfactoria solo puede surgir de una visión más completa de todo el proceso, en la que las variables relevantes de un problema especifico, como la depresión o la adaptabilidad social se analicen en detalle”[4]

La serotonina vista desde los médicos y psiquiatras como una máquina de producir comportamientos, es algo erróneo. La serotonina por sí sola no produce, sino se distribuye a partir de la palabra, siendo ésta última la que viene a excitar la serotonina como un estimulante sintetizador de reacciones químicas en diferentes zonas del cerebro: 










Tenemos la Pulsión operando y dirigiendo el comportamiento del sujeto como una forma giratoria que no se detiene y recorre el cuerpo en silencio, formando así pequeños fantasmas durante el recorrido y dejando imágenes que forjan la realidad propia. Es por eso que la vida está llena de esas imágenes que nos invaden y nos dividen. La realidad no es un paradigma perceptual de cada quien, sino algo inmune e irrepresentable; no es una realidad comprobable y estable, como algunos investigadores cognitivos piensan, sino cambiante y engañosa a partir de la disección de imágenes. Dichas imágenes las significamos a partir del lenguaje, es por eso que aparece ahí el famoso Significado/Significante como línea del lenguaje. Este es el concepto que nos envuelve y nos gratifica llevando así un pensamiento delirante. Me atrevo a decir que todo pensamiento es delirante por medio de esta lógica; apostaría a eso a partir de la forma de cómo elaboramos todo ese estallido de imágenes inconscientes que forjan el pensamiento; es un estallido incesante que nunca para, que siempre está produciendo un modo de activación sin fin. Es por eso que el niño siempre piensa y nunca deja de pensar. Desaprobaría todo el régimen curricular que afirma que el niño no aprende porque no piensa, ya que me atrevo a contrastar diciendo que el niño está invadido por imágenes y no por sustancias que lo obstaculizan; las imágenes lo saturan y comprimen; el niño siempre está saturado de pensamientos. 

Entonces nos preguntaríamos dónde quedarían las sustancias y qué función tendrían de todo este lio lógico. Pues bien, como ya dije, el lenguaje es forma pensamiento establecida por el sujeto; sin lenguaje no hay pensamiento ni reacciones químicas. Las reacciones químicas serían una forma de aterrizaje de la palabra y son estimuladas por la misma, lo vemos en ejemplos como impresiones de la vida cotidiana, pongo por caso la sorpresa, esa que llega sin previo aviso y que hace reaccionar al cuerpo como una forma de golpe inmediato; algo que no produce la sustancia. Una sustancia es aquella que envuelve al cerebro y se hace presente a través de la hipótesis médica; la sustancia sería el semblante de la pulsión; semblante que engaña al médico mediante pruebas. 

Vemos, pues, que todo organismo cerebral se encuentra operando desde el inconsciente a partir de la estructura del sujeto. Entonces, la medicación del niño ante la situación adversa del diagnóstico del psiquiatra -como niño hiperactivo- sería una suerte de vendimia médica, de la cual a partir de su discurso de que una sustancia es la causa de todo comportamiento hiperactivo, será banal porque detrás de toda reacción química está la antropología del sujeto, misma que se encuentra por encima de todo discurso biologista. A modo de conclusión, -y como se muestra representado en el esquema- puedo decir que la pulsión nos mueve sin cesar y no las sustancias químicas en sí. 

Por otra parte, otro problema sería la educación como modo de instaurar un conocimiento en el niño a través de esa llamada “educación por competencias”, en la cual el infante es sometido al trabajo capitalista; adquirir su propio conocimiento para luego ejercerlo como modo de producir, organizar e intercambiarlo en el aula. Esto se manejaría con la misma lógica del mercado, es decir, comprar y vender. La enseñanza es otro modo de vendimia, donde el dinero son las tareas, las exposiciones, los trabajos, la participación, la asistencia, etc., Y éstas son formas de puntos acumulables que luego se intercambian por calificaciones, pues son formas de comercio de tipo educativo. El profesor es aquél que dicta como juez una sentencia temática que se debe impartir y llevar a cabo, y que de “buena fe” la imparte cubriéndose en la justificación del currículo. Son esas formas posmodernas las que han llevado la educación a ser una forma de delirio sistematizado. Si Lacan atribuía la locura como un fenómeno del pensamiento, la educación sería la forma de la que este fenómeno es enseñado institucionalmente y ejercido desde una posición normalizadora, que dejaría un saber cientificista y manipulador de los fenómenos del pensamiento. Si antes surgían formas de atadura médica para la locura, hoy se desarrollan nuevas formas de ataduras psicologistas para el bien común del hombre; ya no se gasta solamente en medicamentos sino en “terapias potenciales” del ser humano. Pensar para la educación y no para que la educación piense por nosotros, sería una postura ética del sujeto para poderse crear una crítica reflexiva que lo llevaría verdaderamente a construir algo y formarse como sujeto. 
















*Estudiante de la licenciatura en Psicología de la Universidad Autónoma de Sinaloa.

[1] Miller, J.A. (2011) Donc: la lógica de la cura.Argentina.Paidos.P.193. 


[2] Dr.Varela.N.C.(2011)Clase impartida en la EFyLS(Escuela freudiana y lacaniana sinaloense) 


[3] Lacan .J. (2009) Escritos 1.Mexico.Siglo XXL.P.306. 


[4] Damasio. A. (2006) El error de descartes.España.Drakontos.P.101.

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